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Evaluación auto-regulada permanente de la universidad

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Siempre he sostenido la idea de permitir el desarrollo de los programas y las instituciones experimentales como sistemas disruptivos que puedan probar sus hipótesis institucionales. Esto va en línea con el propio modelo de investigación y evaluación científica. Nuestro sistema, desgraciadamente, mata las creaciones antes de nacer. Es necesario que a los nuevos programas se les deje experimentar y demostrar el cumplimiento de sus objetivos y no se les corte las alas antes de empezar a volar.


La evaluación y acreditación universitaria si es que aspira a ser una herramienta para el cambio, debe por un lado, convertirse en juez y parte del proceso. Es decir, debe prevenir, debe corregir y debe enseñar. En otras palabras, no puede ser un instrumento para la sanción, sino un proceso pedagógico para crear una cultura de cambio, una estrategia para enseñar a la comunidad universitaria a cambiar; y por el otro lado, si la evaluación aspira a ser parte del cambio no puede convertirse sólo en un instrumento metodológico, en un procedimiento rígido y en un proceso institucional al final de una etapa. Lo que se hace hoy en el mundo universitario es mayormente evaluación ex-post-facto, por no decir post-morten. La evaluación tiene que ser in-facto si se pretende que forme parte en generar cambio.

Por supuesto, vale más hacerla ex-post-facto que no hacerla, pero la cultura evaluativa deseable sería aquella que se inserta en los propios procesos de planificación y gestión de la enseñanza-aprendizaje e investigación. Además, otro hecho determinante característico de situaciones ex-post-facto  es el factor tiempo. Al final de un punto en el continuo, un proceso evaluador largo corre el riesgo de llevar a la institución a concluir valoraciones de un tiempo pasado, no presente. Es decir, evaluaciones que llevan tanto tiempo hacerlas que cuando se terminan, gran parte de sus resultados ya son obsoletos y periclitados.

Una de las ganancias de la auto-evaluación, es que al menos favorece el espíritu de participación y mejoramiento, pero también puede convertirse en un arma en contra, si al esfuerzo puesto, la comunidad descubre que el cambio se produjo hacia delante o hacia atrás al margen de la evaluación. Este hecho del tiempo consumido ha sido reflejado en varias investigaciones como un gran obstáculo para crear una cultura universitaria hacia la evaluación.

Otro gran peligro de las innovaciones universitarias se refleja en las verificaciones de programas o títulos que en muchas ocasiones son analizadas por personas del sistema tradicional que les dificulta su falta de objetividad epistemológica y actitudinal para poner en práctica dichas innovaciones. Dos problemas surgen en este sentido: a) posibilidad de que no se lleve a cabo la innovación por falta de visión o contaminación de la respuesta de los que evalúan, basado únicamente en su análisis teórico de la realidad y del futuro; y b) la necesidad imperiosa de la contra-evaluación como análisis autónomo para evaluar al evaluador. Siempre he sostenido la idea de permitir el desarrollo de los programas y las instituciones experimentales como sistemas disruptivos que puedan probar sus hipótesis institucionales. Esto va en línea con el propio modelo de investigación y evaluación científica. Nuestro sistema, desgraciadamente, mata las creaciones antes de nacer.

Creo que habrán notado, que en todo momento, me he estado refiriendo al único tipo de evaluación universitario en el que creo: es decir, en aquel que pretende conocer la cultura universitaria existente para lograr una calidad óptima, basada en hechos y no en papeles e informes. En nada me he referido al otro modelo de evaluación de control gubernamental que existe en algunos países y que tiene su fundamento en una precaria concepción de la rendición de cuentas a la sociedad.

De ahí, que nos inclinemos a la que denomino Evaluación auto-regulada permanente, basada en el ejercicio de la responsabilidad que intenta expresar concomitancia entre lo que dice que es y lo que se hace. Esta evaluación auto-regulada pretende:

  1. Asegurar un cambio permanente y actuar más en forma preventiva que profiláctica.
  2. Asegurar la calidad en función de una misión, una visión y una praxis.
  3. Centrar la evaluación en el sujeto que aprende (los que han leído mis escritos saben que no distingo entre docente y discente).
  4. Centrar la evaluación en la institución sin que necesariamente se busquen indicadores comparados. (Algo más propio del sistema de acreditación o reconocimiento).
  5. Que la evaluación debe ser auto-evaluación y evaluación externa para reducir los factores de contaminación experimental.
  6. Que las medidas de la calidad que se utilicen en la evaluación deben ser consensuadas.
  7. Que la evaluación no puede ser de partida, fragmentada para posteriormente configurar el todo. La evaluación deber ser global e interactiva entre sus partes.
  8. Que el proceso evaluador debe tener consecuencias. Es decir, debe configurarse en cambio real.
  9. Que la evaluación no puede ser un proceso lineal, cuando los procesos epistemológicos del conjunto humano tienen esquemas de complejidad o no lineales. El mundo del conocimiento, como otros mundos, está configurado por esquemas de bifurcaciones, fluctuaciones y sistemas caóticos, al mismo tiempo que existen procesos lineales.
  10. Que los resultados deben ser hechos públicos en la medida que tengan un lenguaje que permita que puedan ser interpretados fielmente, pero no se puede ocultar hechos cuando los mismos afectan a la sociedad. La transparencia es decisiva.
  11. Que la evaluación debe ser cíclica y sus integrantes externos deben ser profesionales experimentados y con un sentido ético ejemplar.
  12. Que la auto-evaluación deber ser un proceso permanente o continuo, inserto en el ejercicio profesional de la comunidad universitaria. La evaluación nunca debería ser un proceso al final de una acción sino que debe ser parte indivisible de la acción para corregirla en tiempo real.

Obviamente, estos 12 elementos o características y a los cuales se les podrían agregar otros, configuran situaciones deseables, no siempre al alcance de poder ser cumplidos en todas las instituciones, especialmente, en sistemas que están iniciando una cultura evaluativa y auto-regulada. Pero en todo caso, es necesario que a los nuevos programas se les deje experimentar y demostrar el cumplimiento de sus objetivos y no se les corte las alas antes de empezar a volar.


Miguel Ángel Escotet es catedrático emérito de investigación, Houston Endownment Chair y ex-decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Texas – UTRGV, y Frost Professor y ex-director del Centro de Investigaciones IIED de Florida International University (FIU) en Miami. Fué el director del Instituto de Postgrado y Formación Continua de la Universidad de Deusto en Bilbao, Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) en Madrid, y Executive Director of the Interamerican University Council for Economic and Social Development, Washington, D.C. Actualmente es el presidente de Afundacion y rector-presidente de UIE.

©2022 M. A. Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor.

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